domingo, 9 de junio de 2013

“La gran ventana de los sueños” de Fogwill.


    Fogwill cogió una selección de sus sueños, los fogoneó, los manoseó y los escupió. Si con ello nos permitiésemos la irreverencia que viaja junto con la veracidad intelectual empedernida, y conociendo algo del simbolismo universal que concierne a una ventana, este libro bien podría llamarse “La gran concha de los sueños”.

    Si nos permitiésemos una segunda irreverencia, tendríamos que advertir que este libro reúne lo clásico de cualquier obra póstuma: furor mercantilista, destinado al fetiche de los incondicionales del autor y a los neófitos que, aprovechando el marketing del muerto, quieren conocerlo con la obra que peor lo describe.  

    Los sueños narrados en este libro son sueños comunes, irrelevantes, que bien podría haber soñado cualquier persona: sueños eróticos, cementerios, falos en calvicies o en barcos, masturbaciones fogoneadas, compulsivos retornos uterinos desde océanos tempestuosos o míseros charquitos. Ni siquiera existen análisis profundos o verdades develadas por Fogwill a la cola de sus sueños. Pero sí hay algo por fuera de esto y  justifica su lectura: estos sueños vulgares cayeron en la pluma de Fogwill y su mejor virtud: su irreverencia. Porque Fogwill hizo –o mantuvo- de su impostura una postura, un modo de sostener su sextante a pesar de los discursos normativos de una época, sin reverenciar a nada ni a nadie. Por eso Fogwill trae bajo el brazo cuando no una verdad histórica estrangulada, al menos una original. 

    En este caso le mete el dedo en la oreja a los postfreudianos: cuando parece que va a enunciarse en una idea módica y delirante de los acontecimientos que orbitan en el libro – sueños, símbolos, memoria y olvidos- Fogwill logra condensar en pocas frases ideas pacientemente explicadas en varios tomos de Freud. Cuando Fogwill dice “pienso que el grueso de la memoria se compone de cosas negras hechas de puro olvido” Freud dice represión; donde Fogwill dice “el sueño es un párpado impuesto a toda percepción que por momentos falla” Freud dice censura onírica; donde Fogwill dice “el mejor resultado de recordar no es descubrir una verdad sino sustituirla por algo mejor” Freud sonreirá porque alguien entendió su “elaboración”. Dedicó este libro a sus cuatro psicoanalistas pero creo que más que en un acto de nostálgico reconocimiento, lo hizo en un gesto de soberbia enseñanza.

    Antes de morir dejó este libro terminado hasta el índice, mitad enviado a un editor y mitad en su computadora personal. No dejo de preguntarme porqué, siento que no es uno de sus libros más queridos, tiene más sabor a renuncia que a conquista –aunque todo envío a impresión tenga algo de renuncia- y si me apuran, me invito a homenajearlo con una última irreverencia: Fogwill no quiso dejarles dolores de cabeza a sus herederos y pagó sus últimas cuentas con esta gran ventana por abrir. Otro dedo en la oreja del gran Fogwill, adiós maestro.  

No hay comentarios:

Publicar un comentario