domingo, 17 de febrero de 2013

Aquel loco poeta



   Aunque mi historial académico confirmara lo contrario, en delirios oníricos continué rindiendo Psiquiatría durante varios días.

   El sueño no era un examen habitual, con un sujeto frente a mí luchando por cruzar sus piernas tanto como su altanería le reclama y tan poco como su rigidez le permite, mientras lanza una batería de preguntas conocidas por él y pronosticadas por mí, sino que consistía en una entrevista, que se me solicitaba, le realice a un paciente. Tal vez, como dice Pizarnik (los autores, aunque finados, continúan diciendo), toda queja sea una acusación, pero eso es material para otro análisis del sueño.

   Dentro de la entrevista debía desarrollar el, bien conocido por los psiquiatras, “Mini Mental Test”. Cierta pereza galénica nos ahorrará, a mí y a usted lector, los pormenores de dicho test. A los fines narrativos bastará con decir que una de sus secciones incluye el requisito “escriba una frase”, con intención de conocer el grado de interpretación y desarrollo lingüístico-letrado-gramatical del entrevistado.

   Durante varios días desperté del sueño excitado y ansioso, en el momento exacto en que leía la frase que el paciente había escrito en ese lugar, puesto que él, en esas pocas palabras, había logrado enunciar la frase que sintetizaba la poesía de todos los tiempos, la literatura de todos los mundos.

   Intenté elucubrar artilugios para aventajar a mi inconsciente en su rabieta parlante. Libreta y lápiz en la mesa de luz, despertador que me sorprendería en medio de un R.E.M., tilo, valeriana y otras yerbas. De ello, no menos que un previsible y triste fracaso. Uno puede amigarse y alentar a su inconsciente, incluso tal vez logre espantarlo hasta el exilio, pero aventajarlo es una empresa inútil.

   Luego, varios días sin noticias del paciente, del examen idílico, ni de la mirífica frase en mis sueños. Hasta hoy, que me levanté con la asfixiante sensación de haber escrito algo en mi libreta durante la noche. Lo que fuese, ya estaba escrito y mi ansiedad no lo mejoraría ni desvanecería. 

   Miro el techo, me pongo los lentes y doy fuego a un cigarrillo. En mi habitación permanece la noche. Prendo el velador y veo la libreta levemente abierta por el beneplácito de un lápiz endocítico. Apago el tabaco a medio fumar y me atrevo. Textuales, las palabras transcritas del sueño a la libreta:

       •      Escriba una frase:  Escriba una frase.

 Tal vez en eso consista el oficio de escritor; buscar infatigablemente la síntesis última, en su saber y en su belleza, sabiendo que no existe ni existirá, pero lo mismo, por solo gozar del sendero, correr tras ella.

 Tal vez en eso consista el oficio de vivir.

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