martes, 18 de septiembre de 2012

Gestos Incombustibles


Cuan inesquivable el discernimiento, sobre la refractariedad a lo cuantitativo en la dieta del alma. Alimentación cualitativa; pues tan solo un elemento concentra una mayor masa subjetiva que todo el resto de lo concebido ante los vastos ojos del firmamento.
Sobra inspiración, melancolía, depresión, producción artística, admiradores, vacilaciones suicidas, manías de triunfo universal, destrezas a fuerza de evasiones.
Falta calma, falta hogar, falta querer cocinar, por solo poder cocinarle, falta dejar de esperar siempre algo, falta hogar, falta identidad aunque sobren carteles con y a tu nombre, faltan dos pequeñas y deformes empanadas que solo combinan con tus pies, faltan todos sus fantasmas que, tan amigos de los tuyos, se van usualmente a pasear por un parque, que no es el tuyo.
            Una tarde gris cuando el sol llena todo el resto de primavera, te enterás que esa nubecita cuidada, reside en el misteriosamente inaccesible, melodramáticamente ponzoñoso, y viciosamente arraigógeno receptáculo que en sus pupilas se forma en cada uno de esos instantes en que, estímulo de amor mediante, se dilatan levemente, en compás armónico y sinfónico con unos labios ya más carmesí y su piel que pide auxilio definitivo.
            El silencio me devuelve una película tan clara sobre años de confusos algoritmos. Ya no puedo decir aquella palabra. Ultradiano combate bélico de miserables poderes, de batallas conquistadas a debilidades residuales. Ni gritadas, ni decoradas con miríficos pluscuamperfectos, todas las palabras comulgan en la prolija pero hedionda vidriera de un local siempre cerrado por duelo, que expende toda la claridad cosmogónica en supremos gestos callados de miradas tácitas y manos taximétricas.

Por lo que sea, No!

No es por lo satisfactoriamente tangible de tu piel (sobre mi piel), que en rebeldías oníricas se manifiestan.
Ni por el terror que a mi sapiencia tempestea, desgarrando las velas ahora tumbadas de una entera parsimonia.
Juro no entra en juego el espiral, de misteriosa y ontogénica geometría, que narcotízame inicialmente en tus ojos, condúceme luego, cinetósicamente, a los fulgores de tu cintura y los colosales dominios de tus caderas para, finalmente, desenmascararme, shockado, taquipsíquico y rendido, en las líneas panconclusas de tu boca.

              No. No es por eso, sino por despertar y, sin atisbo alguno de tu rastro, dejarme ahogar por la angustiógena pleamar matinal… que se acartona este desvelo.

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